La obra de Miguel Mainar, es serena, rotunda, no deslumbra por sus contrastes, pero cuando estás frente a uno de sus cuadros más que verse se siente, percibes que cada molécula obedece a un orden astral.
En ocasiones se a definido su obra como mística, pero la realidad es que está tan apegada a la naturaleza cómo un árbol o un arco iris. Procede y entronca con la madre de las madres “La naturaleza”.
Este artista que nació en Zaragoza y comenzó sus estudios en la escuela de artes de esta ciudad, sintió la necesidad de conocer y sentir el mundo, por lo que se trasladó a París donde vivió aquellos años en el que bullía la creatividad y dónde se formaron artistas como Broto, Ciria, Sicilia y otros. Graduándose finalmente en Bellas Artes para continuar su recorrido.
Pero fue en los austeros parajes del desierto de Argelia donde encontró este equilibrio que impregna a su obra, en la que nunca olvida los elementos básicos de los sentidos, por lo que hace que sus cuadros sean, cada vez que los miras, como viejos compañeros de viaje.
Desde su soporte a sus pigmentos -elaborados en general por el artista- llega hasta la percepción más sutil del que los contempla, lo consecuente de toda su manifestación plástica. Nada ocurre por que sí. Mantiene un hilo conductor que hace evolucionar y crecer y que está directamente entroncado, con lo esencial.
María Luisa Safont
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