Prologo
María es como un personaje de novela.
Y es eso, una novela lo que sus hijos y nietos pretenden regalarle en su cumpleaños, una novela basada en anécdotas que ella ha ido protagonizando durante años.
Años en los que ha ido derrochando energía positiva, libertad, enseñanzas basadas en su actitud.
Vital, arrolladora, huracán de la vida, ha hecho siempre aquello en lo que ha creído.
Nada convencional. Nada en ellos lo es. Su frescura, su valentía, su capacidad de aprender e interesarse por todo lo nuevo, incluso su capacidad de adaptarse a circunstancias adversas, hace de ellos individuos geniales.
Y esa es su genética. Si tener un hijo es una gran alegría, lo tuyo, nueve y geniales, es abuso total.
Aquí los tienes en este libro que te dedican, con tus nietos, dignos hijos de tus hijos.
F.R.
Alicia
Una cosa que recuerdo de cuando era enana es que siempre estaba a la sombra de Bienvenido, al que por cierto rebauticé con el sobrenombre de "Bollan", cosa que nunca me perdonará, porque me era imposible pronunciar "Bienfran" (un acortamiento de su nombre, porque eso sí, mucho dinero no tendríamos, pero nombres en la familia que no faltasen, como si fuéramos príncipes o algo así... pero esto es otra historia). Yo debía de ser más o menos como el rabo que sigue al perrito a todas partes, y las perrerías que hacíamos los dos a medias creo que se le ocurrían a él; porque yo era como el lorito ese del chiste, hablar no hablaba, pero como que me fijaba mucho. Pero no crean, no todo eran travesuras, a veces se nos despertaba el amor filial, sobre todo cuando veíamos que se acercaba el día de la madre o algo así. Una vez recuerdo que preparamos una enorme caja de zapatos con una rajita al estilo hucha, yo digo que era enorme porque así me lo parecía en aquel entonces, me parecía imposible que algún día pudiéramos llegar a llenarla. La hucha la dejamos en una joyería que había al lado de La Pensión, y cada vez que teníamos alguna peseta se la llevábamos muy contentos a la cajera, que con mucha amabilidad nos la guardaba en la hucha. Cuando llegó la fecha señalada fuimos a contar a ver cuanto teníamos, y la verdad, no debía de ser mucho, porque no pudimos comprar la pulsera de oro tan linda que habíamos elegido, en su lugar tuvimos que conformarnos con un anillo de hojalata que llevaba una enorme piedra. A mamá le gustó mucho, pero yo no entendía cómo se podía poner aquella cosa tan horrible.
No he comentado que el dinero lo conseguíamos del dinero que nos daban a cambio de las botellas vacías que cogíamos de La Pensión. También usábamos esa fuente de riqueza para preparar de vez en cuando lo que llamábamos las "merendolas". Estas merendolas consistían en toda clase de chucherías que nos comíamos a escondidas para que no nos descubriesen.
Una vez mamá empezó a mosquearse porque las botellas desaparecían misteriosamente, así que nos vimos obligados a ponernos "a dieta".
Mercedes
La verdad es que este trabajo de escribir una anécdota de mamá, se ha convertido en tarea fácil al llegar a Canarias. Lo difícil es cual elegir. Todos los recuerdos de la infancia y la adolescencia se agolpan en mis manos, pujando por salir a la luz.
No sé si alguien contó ya la de los fantasmas de Lilí, y aunque allí la protagonista no era mamá, les puedo asegurar que estaba muy interesada en conocerla en la última reunión familiar.
No se que pasó, decía mamá.
Pues nada, que cometiste el grave error de dejarnos al cuidado de Marisa, una de las veces que fuiste a operarte.
No sabíamos como hacer hablar a Alicia, tan callada, tan observadora siempre con sus ojos tan grandes.
A Marisa se le ocurrió la genial idea de disfrazarnos a todos de fantasmas, en aquella casa, de piedras inmensas grises, tan parecido a un castillo de la Edad Media, pero no éramos solo nosotros, sino muñecos, lámparas, todo podía servir de fantasma.
Alguien no recuerdo cómo hizo pasar a Alicia al centro de la habitación. Yo vigilaba desde detrás de la sábana y la verdad me daba un poco de pena, hubiera querido abortar aquello, pero pensaba que si la tomaban conmigo podía ser mucho peor, sobretodo para mí y allí quedó mi altruismo.
El plato final era Marisa entraba en la habitación a hombros de Javier y portando una escoba, por supuesto todo ello cubierto con una sábana. Terminó el juego con que a Marisa le dio la risa y terminó orinándose encima de Javier, y todo fue una hecatombe y todos nos reíamos y si antes Lilí nos había mirado con cara de ¿a qué estábamos jugando? Ahora nos miraba con cara de ¡pobres!
La cuestión es que su actitud no cambió, se ve que lo de no hablar forma parte de su carácter, así como lo de la creatividad de Marisa, herencia de ya saben quien ¿no?.
Alicia no recuerda esta anécdota, sino por la intensa repetición de la misma.
También creo que fue en aquella torre casa, cuando jugando en un canal que corría por al lado, se cayó Bienvenido. Estábamos tirando barquitos de papel al agua y se fue tras uno de ellos. Debió de zambullirse y cuando sacó la cabeza lo agarré por el pelo, pero poco a poco se me escurría mientras me desgañitaba gritando mamá, mamá. Cuando al final la fuerte corriente pudo más que yo, salí corriendo y jadeando le expliqué a mamá que Bienvenido se estaba ahogando. Le estaba dando el pecho a Alicia, y tomando el té con dos amigas más, no lo pensó, salió corriendo y se arremangó un poco las faldas para meterse de lleno al canal y salvar a Bienvenido.
Pero esto no era nada nuevo, porque antes había sacado de una fuente pública a Javier y tantas otras veces, que nos salvó su rápida reacción de supervivencia y eso sí, creo que por suerte heredamos todos.
Pero yo quizás el recuerdo más entrañable que tengo, es su original forma de pasar los malos tragos, así es como me hice una experta en zarzuela, ya que nos íbamos al teatro juntas todas las noches, en las temporadas del teatro Pérez Galdós, yo ni siquiera se si ya entonces no era un género que me gustara, o si las aborrecí con el tiempo, a mi lo que me importaba era ese al mal tiempo buena cara. Estaba recién separada de Papá y esa era una forma de superarlo, como cuando la angustia le supera y se va al cine las sesiones que haga falta.
Está claro que una de sus grandes originalidades es la manera de superar problemas, porque ¿Todo el mundo sabe que para que el tinte te suba mejor, hay que llevar la petaquita de coñac a la peluquería y tomársela ante los asombrados ojos de las parroquianas del lugar, mientras muy suelta ella explica que es para que el tinte le suba mejor?.
Son tantas las facetas de nuestra querida madre que no se si con todas los aportes de hijos y nietos abarcarían la rica personalidad de nuestra progenitora.
Lo de los animales es punto y a parte y creo que aquí más de uno tiene para contar.
Yo, por algún extraño motivo en este sentido he estado muy mimada, es decir, se me concedieron todos los animales que pedí -para mi desgracia- porque en cierta ocasión pedí una cabrita que había visto en el mercado, y tanto supliqué que mamá volvió al mercado y la compró. Como bien había predicho ella misma, a los pocos día murió, con intensos dolores ya que no paró de balar en toda la noche. Todavía hoy me acuerdo y no entiendo como mamá accedió a ese capricho, ya que vivíamos en un departamento y de todos es sabido que a mamá le encantan los animales... pero lejos.
Después vinieron los treinta pollos, para consolarme del fallecimiento de la cabra. Allí estaban en la cajita con un sistema de calefacción a luz... también fallecieron.
Aunque también hubo otros mimados, Quique o Javier no recuerdo bien adquirieron un loro verde que nunca aprendió a hablar y además era bastante malo, a todos quería picar. El final del animalucho fue bastante cruento, terminó en la lavadora... ahogado.
Todavía vino después un perro con cara y cuerpo de zorro, pero cuando creció tuve que deshacerme de él, era insostenible el departamento, todos los hermanos y animales.
No quería dejar de hablar de esta otra faceta de los animales, que ocupó tanto espacio en nuestras vidas.
Quique
LA ABUELA VOLADORA.
Una de las facetas que siempre han caracterizado a mamá, es su curiosidad, curiosidad hacia la vida, hacia las cosas, hacia otros lugares. La curiosidad que es la esencia del descubrimiento y la innovación y que no deja de ser la semilla de la juventud, pues ya dice el adagio que “se es joven mientras se tenga la posibilidad de asombrarse”. Y la verdad es que a mamá le gusta asombrarse... y asombrar a los demás.
Este gusto por lo desconocido, que yo creo que lo hemos heredado todos sus hijos es ese gusanito que te empuja a pedir un sabor de helado que no ha pedido nadie, desde que abrieron la heladería y que el propio dependiente arruga la cara, te hace repetir el nombre, y después le va a preguntar al jefe porque no le suena de nada... y que después tú mismo le preguntas al alelado de tu subconsciente que si pedir aquel sabor es un auto castigo o el afloramiento de un trauma infantil. Lo mismo te pasa en los restaurantes cuando rebuscas en el menú, sabiendo que lo que a ti te gusta son... los huevos con papas fritas o cuando quieres buscar una ruta alternativa al camino de vuelta a casa y tienes que coger un Taxi para que te regrese a tu barrio. Pero la vida es así, quien no se arriesga a lo malo es difícil que encuentre lo bueno.
A mamá hay tres cosas que le encantan en la vida, una es la cocina y otra son los viajes, no en vano uno de sus primeros trabajos fue de cocinera en... un aeropuerto.
La tercera, pero no por nombrarla al final la menos importante, son sus hijos, que son la excusa perfecta para desarrollar su espíritu viajero. No importa lo lejos que estén, por muy recóndito que sea el lugar, mamá llegará hasta ti, ya sea Argentina, Suecia o Motilla de Campoabajo, y por supuesto, no con la finalidad de agraviar ni caer pesada, sino con la intención de mantener unido en un círculo mágico a su familia, ella se ha convertido en el nexo de unión de todos nosotros, la que reaviva la llama del espíritu familiar, la que te mantiene al tanto de la trayectoria vital de cada uno y la que nos protege en cierta forma, con su gran fuerza espiritual, de los peligros externos.
A pesar de que a mamá ya se le habían visto sus inclinaciones viajeras y de aventuras, no es hasta que llega a Canarias cuando se gana el sobrenombre por parte de sus nietos de la abuela voladora y con razón, pues no piensa permitir que un pequeño océano la separe de sus hijos y está dispuesta a saltarlo cuantas veces sea necesario. Es con este fin que consigue tres de los títulos más cotizados que tiene en su currículo:
Reina del trapicheo billetil (que según las malas lenguas ha heredado Mercedes), título conseguido a base de convertir un viaje que nos daban por ser esposa e hijos de militar y que supuestamente mamá nos mandaba a La Coruña (a ver qué se nos había perdido allí) en catorce de segunda clase a Madrid. Que aunque eran muchos sólo daba para la mitad del año.
Comandante honorario de la Estafeta militar, la Estafeta era un avión militar en aquel entonces un Hércules de la segunda guerra mundial, que a pesar de ser incómodo y ruidoso tenía la ventaja de ser barato (100 pesetas) y de llevarte hasta Madrid y un único inconveniente, que la única manera de subirse era mediante una reserva que tenía que hacer el Sr. Safont, personaje con cierta tendencia a olvidarse de “pequeños detalles”, como pueden ser comer al mediodía, cenar por la noche, sacar el carné antes de coger un coche en fin... fruslerías. Así que cuando uno o varios, después de haber preparado las maletas, haber forcejeado en la puerta de la base para que nos dejaran entrar, haberse gastado una pasta en alquilar un taxi, llegaba a la fila, se podía encontrar con la desagradable circunstancia de no estar incluido en la lista de pasajeros. Con lo cual te veías expuesto primero, a pasar un ridículo bochornoso y después a realizar otra mudanza hasta Telde. Por lo que sólo quedaba la posibilidad de que algún pasajero se arrepintiera, el oficial hiciera la vista gorda y te dejarán embarcar, para esto había que poner cara de pena y de “ser muchos”, lo de la cara de pena era fácil pues sólo tenias que pensar en el trabajo que te había dado cargar el equipaje hasta allí... y el que te daría para llevarlo hasta casa. Y el de ser muchos, era una táctica, pues los mandos y soldados se ponían nerviosos de ver tanta gente remoloneando por allí y te daban facilidades para que te subieras a la Estafeta. Como a veces no éramos tantos, pues uno tenía que multiplicarse para aparentar y yo... una vez conseguí ser cuatro y no veas lo que me costó. Lo peor fue en los últimos tiempos, una vez que mamá le cogió el tranquillo a eso de subirse sin billete, pues se acostumbró a no seguir el procedimiento oficial, total ¿para qué?, si el Sr. Safont se iba a olvidar; y nos presentábamos en el aeropuerto militar: una señora con una cuadrilla de chicos, catorce maletas y 57 bolsas de plástico. Pretendiendo colarse en un avión de 30 pasajeros .Y una veces se conseguía y otras muchas no, con lo que eso conllevaba.
Lo de las 57 bolsas parece broma pero no lo es, yo no sé de dónde sacaba mamá tanto equipaje, que si esto para no sé quien y aquello para no sé cuantos, siempre nos veíamos con 57 bolsas, más parecía el encargo de un supermercado que un viaje transoceánico serio. Yo pasaba por llevar bultos sospechosos, maletas caseras y embalajes varios..., pero lo que detestaba, lo que realmente detestaba era hacer veinte viajes cargando bolsitas que a la par de incómodas eran un tanto “cantosas”, por su variado colorido y diversidad de formas. Y juro que lo intenté, pero el número de bolsas era invariable a pesar de lo que hiciera. Recuerdo que una vez escondí tres maletas y cuando mamá dio por terminado el equipaje, cogí todas las bolsas y las metí en una maleta. Cuando mamá vio que no había bolsas “se acordó” de nuevos encargos y... ¡¡otra vez bolsas!!.Las volví a meter en una maleta y así tres veces.
Al final llevamos 57 bolsas... y tres maletas más de las que hubiéramos llevado normalmente.
Miembro honorario de Contrabandistas Unidos: título conseguido tras años de incesantes esfuerzos en su denodada guerra contra el monopolio de Tabacalera y la agresividad rapiñadora de la Hacienda Pública. En la que los monótonos cartones de tabaco (rebautizado como Kun-fú por mamá) se han derivado en embalajes mucho más imaginativos así pues, los hemos visto disfrazados de bolsa de leche, caja de galletas, maceta, bolsa de pañales..., etcétera, etcétera. Pienso que si mamá hubiera patentado las mil formas de disfrazar el tabaco hoy en día habría muchos menos fumadores, por la simple razón... de que ni lo habrían encontrado.
Pero como persona moderna que es, no se ha limitado a pasar sólo tabaco, sino que también lo ha intentado con las nuevas tecnologías, pasando de contrabando, radios, máquinas fotográficas, etc. La anécdota más curiosa que recuerdo en ese aspecto fue una vez que tenía un encargo de dos televisores, pero no se crean que eran de bolsillo ¡no!... ¡Eran de 20 pulgadas!... ¡Y eran dos!. Así que ni corta ni perezosa se puso a inventar de qué forma podría pasar la aduana militar, después de darle mil vueltas hizo una bolsa en tela a medida y en la que cabían a la perfección los dos televisores. A la imaginación del lector dejo el tamaño y el peso que tendría dicha bolsa porque mi memoria, como mecanismo de defensa se niega a recordarlo. Lo que si recuerdo es que a mí me tocó cargar con el muerto y nunca mejor dicho pues pesaba como tal.
Cómo táctica de camuflaje mamá puso unas flores para que la bolsa imitara a unas macetas con flores, pero en realidad parecía lo que era dos televisores disfrazados de macetas con flores.
Cuando llegamos al puesto de aduana, yo cargaba con la bolsita de marras, y al sudor caliente de cargar con la pesada bolsa, se unía el sudor frío del trago que estaba pasando, en el que se mezclaba lo consciente que era de la burda engañifa y temiendo el momento en que el soldado me diera el alto.
Un soldado, policía militar él, serio él, cuatro por cuatro él, nos detuvo y con cierta sorna le preguntó a mamá:
- Oiga, usted por casualidad, ¿no llevará ahí un televisor?
A mí se me paró la circulación, la res-piración y hasta la transpiración y esperé la respuesta, imaginando que a continuación ya llegaría lo de las luces y las alarmas.
Mamá imperturbable y con contundencia contestó:
- No llevo un televisor... LLEVO DOS.
Ante tal ataque de sinceridad el soldado se quedó perplejo y desarmado dijo
- Que pase el siguiente.
Mabel y Silvia
Querida abuela yo también he querido participar en este libro que sé que te hará mucha ilusión. Mi único problema ahora es que no sé por donde empezar ya que han sido muchos los momentos y secretos compartidos durante estos años.
Siempre te he considerado una persona activa, independiente, con ganas de disfrutar de la vida, muy organizada y capaz de hacer realidad tus sueños y alegrar a los que están a tu alrededor.
Tienes muchas cualidades que nos has demostrado y de las que hemos aprendido, y es que no hay nada que se te resista, cocinas de miedo, consigues que cualquier planta florezca sin tener en cuenta la estación del año en la que estemos y eso se debe como tú me dijiste una vez que tienes “las manos verdes”. Coses superbien ya sea ropa tamaño normal o en miniatura y digo esto porque recuerdo que cuando era más pequeña, te pedí que me vistieras a una muñeca, de porcelana y no sólo lo hiciste por fuera sino que también le cosiste la camisilla el babero, las braguitas y los zapatitos; casi conseguiste darle vida.
Y lo que más me sorprende de ti es que observas y valoras los pequeños detalles como puedan ser los encajes de un vestido, los decorados de alguna figura o simplemente los dibujos de todos tus nietos en una carpeta de cuando éramos pequeños y apenas sabíamos coger el lápiz. Y que sin embargo guardas como un gran tesoro.
Y es que quién te conoce bien sabe que eres como una caja de sorpresas: jamás dejas de sorprendernos y hacernos pasar un buen rato.
Yo me acuerdo de muchas cosas, por ejemplo recuerdo un día en que te llamamos por teléfono para decirte que dentro de media hora, pasábamos por tu casa a recogerte para ir a la playa. Y cuál fue nuestra sorpresa al ver que en ese tiempo habías sido capaz de preparar todo en cajas, y más que un día de playa parecía un día de mudanza. Que si platos, vasos, refrescos, comida, una sandía, sillas, una mesita ¡ah y no olvidemos la sombrilla! .Quizás fuimos observados con cara extraña por los demás pero lo que es seguro es que teníamos todo tipo de comodidades. Y es que cuando a salidas de éste tipo nos referimos si vas tú no nos falta nada.
También sé que una de tus mayores ilusiones ahora es montar en globo y yo sé, que si quieres hacerlo, lo harás. Por qué si has comido sentada en el suelo con palos chinos, has visitado muchísimos lugares y has hecho siempre realidad tus sueños, esto para ti no es más que una nueva aventura que realizar.
Y ahora termino esta página pero no sin despedirme con un fuerte beso y un gran abrazo.
Te queremos mucho.
Mabel y Silvia
Pino y Quique
La historia fue que mamá iba en el autobús con un supuesto pretendiente, y osó echarle el brazo por encima y le dijo:
¡Caballero eso no se hace en público, se hace en la intimidad, así que ya se está bajando!
Pino- Y entonces cuando le contó a Enrique él dijo ¡Claro es que en aquel tiempo era así!, ¿Por qué eso fue cuando eras joven no?
Si, fue hace 10 años.
Y nos dio un ataque de risa
¿Pero eso fue en Las Palmas?
Si, el pobre llegó del Hoyo al Teatro, que estaba a cien metros, pero eso no es lo peor, lo peor es que el susodicho caballero que tenía 20 años menos que yo, él tenía 50 y mamá tenía 70.
Caramba, si mi madre es Marujita Díaz, dijo Enrique.
Javier
- Se trata de escribir una anécdota que te haya ocurrido con mamá.
- ¿Una solo?
- Si, y que no sea sobre maletas, paquetes o aeropuertos.
- ¡Vaya...!
- Y si puede ser, algo gracioso, nada de malos rollos, pero que a la vez te causara impacto.
- Bueno, tengo muchas, y más desde que me he hecho mayor, que he deducido que los de las seis pesetas de hielo debía ser mentira. Si hombre, la historia esa que os he contado tantas veces, de cuando las neveras no se enchufaban, si no que era una caja en la que se metía un trozo de hielo. El hielo lo traía un señor, y lo dejaba en la calle para todos los vecinos, cortado a trozos desiguales y, los niños teníamos que bajar corriendo a buscarlo, porque nosotros comprábamos 6 pesetas, mientras que el resto compraba 5... Pero esta no es la que quería contar.
Tengo un recuerdo muy agradable de cuando me llevaba ¡a mi solo! (Y muchas veces) al cine Salamanca, pero esa no os la pienso contar porque os morirías de envidia y celos.
Tengo otras muchas, pero hay mas gente implicada, y si tenemos que quitar las maletas, paquetes y aviones, la cosa se reduce mucho.
Nada, me decido por contar la del destete.
Esto se trataba de un “pequeño”, así se ha llamado siempre en esta familia a los más jóvenes por parte de los mayores, que estaba en periodo de lactancia (calculo que debía de ser Bienvenido, porque conmigo había otros dos más pequeños que yo) y se trataba de hacer que el muy maricón dejara de darle a la “teta”.
Después de barajar diversas opciones, como poner sal, pimienta y otras porquerías, se optó por adornar “la tetina” con un lazo negro, ante cuya visión, el enano “chupóptero” aborrecería el “adminículo “. Después de hacer todo el preparativo, que costó un rato, lo introdujeron en la habitación (creo que era la cocina) pero ante todo pronóstico, él no lo aborreció, porque simplemente con tirar del lazo solucionó la papeleta. El resto de los presentes, todos mayores que él y llenos de celos, nos quedamos horrorizados ante esa visión, y teniendo ya claro para siempre que ese niño era incorregible...
Un beso muy fuerte y que pases un MUY FELIZ, día de tu cumpleaños en esta entrada de siglo.
Elena
Puedo recordar varias ocasiones que pasé con yaya María, pero hay una que no puedo olvidar.
Ocurrió en el año en el que fuimos por primera vez a Canarias, 1977. Y fue en Fuerteventura.
Yaya estaba dormida debajo de la sombrilla y Estefanía y yo bañándonos, de repente llegó tía Alicia con una barca a la playa y nos montamos con ella sin poder avisar a yaya, la tía nos llevó a un puerto que había cerca mientras, yaya se despertó y vio que no estábamos y la pobre se dio un susto de muerte pero, después al ver que volvíamos con la tía todo se solucionó.
Yaya te pido perdón por darte aquel susto pero en un día como hoy me gustaría felicitarte y mandarte muchísimos besos y eso hago. Feliz cumpleaños y que, seguro, cumplas muchos más.
Besos con cariño de tu nieta:
Estefanía
Yo me acuerdo cuando fuimos a Canarias con ella, que pasamos por Madrid. Ni Elena ni yo habíamos estado nunca en la capital, así que la abuela pidió un taxi y le dijo que nos llevara al aeropuerto de Barajas haciendo un viaje turístico por las calles de Madrid.
El taxista nos iba explicando muy bien los edificios importantes y las calles más famosas como la Puerta del Sol. Se hizo la hora de irnos al aeropuerto para llegar a tiempo, pero habían cortado unas calles porque había una manifestación y tuvimos que dar una vuelta bastante grande para llegar pero nos preguntábamos que si llegaríamos a tiempo. Nos empezamos a poner nerviosas mirando el reloj.
Al final bajamos del taxi, cogimos las maletas y fuimos buscando por donde teníamos que coger el avión. Una azafata nos llevó hasta la puerta y pudimos cogerlo.
Abuela, me divertí mucho estando contigo en Canarias y contribuyo en este libro para felicitarte y para que recuerdes esos días que nos gustaron tanto.
Alberto
La Abuela María había comprado regalos y comida pero no quería que se enterara nadie.
Pero me llamó para que la ayudara a llevar el carro y los bolsos, al llegar enfrente de casa, al cruzar la calle el asa del carrito se salió y se cayó todo, tuvimos que hacer un montón en un lado de la acera y pasarlo poco a poco, además nos descubrieron y la abuela intentando explicar que se le había ocurrido de repente, pero mi padre no pareció muy convencido. Pero la abuela se salió con la suya, había comprado lo que quería.
Marisa
Estos relatos cortos tratan cosas concretas, episodios de tu vida, que en definitiva es la nuestra, la de todos los que hemos crecido y nutrido nuestro cuerpo y nuestro espíritu de un gran tronco. Lo que ocurre, es que a cada individuo se le graban en la memoria y en las retinas los acontecimientos de distinta manera, por lo que puede resultar este homenaje un poco surrealista, puede que parezca que evoquemos a una persona distinta, un ambiente o un entorno diferente. Pero lo importante de esto, es que no hace sino corroborar lo multifacético de tu personalidad, y la riqueza de acontecimientos con los que has alegrado y sorprendido nuestras vidas.
Mi relato es el siguiente:
Estábamos bañándonos en el río como otros veranos. Nos sentíamos libres y felices, porque dentro de las estrictas normas que como familia numerosa teníamos que cumplir, en aquellos días de verano nos encontrábamos "más sueltos". Sólo debíamos estar pendientes de tu silbato, con el cual en Morse habías establecido un tipo de llamada para cada uno, y una general para todos que quería decir ¡Venid para algo importante! y ¡Tenéis que dejar todos los juegos ya!
Eran días felices, en los que cada uno vivía en un pequeño gran mundo compuesto por todas las pequeñas grandes cosas que íbamos descubriendo. Calculo que tendría seis años aproximadamente, cuando una de estas apacibles tardes en las que estábamos inmersos en "nuestros mundos" sonó el silbato: Toque general.
Acudimos todos expectantes, pues no era un pitido que se usase excepto cuando nos íbamos a marchar a casa, y para eso aún faltaba mucho rato. Así pues, nos reunimos allí frente a mi hermano Juan, dieciocho meses mayor que yo, que lloraba desconsolado. Había ocurrido una gran tragedia: mientras se bañaba en el río, se le había caído un diente que se le movía desde hacía unos días debido al inevitable cambio de dientes.
Estaba desconsolado, pues si no lo encontraba no podría ponerlo bajo la almohada y por tanto el cuento que esperaba obtener por ese preciado "marfil" no llegaría nunca, pues el "Ratoncito Pérez" dejaba regalos a cambio de dientes.
Organizamos una búsqueda general. Todos buceando por el pequeño río Huerva, concretamente en el pozo de los olivos, pues así se llamaba aquel paraje. Fue una búsqueda exhaustiva, pero no hubo manera, el diminuto diente de Juan estaba camuflado entre los pequeños guijarros del río. Así pues, desconsolado él y todos los demás afectados por no haber tenido éxito en la búsqueda, nos fuimos a casa.
A la mañana siguiente, había una sorpresa: No sólo el Ratoncito Pérez estaba interesado en el mercado de los pequeños dientes de marfil, parece ser que las Ranas tenían un motivo similar, por lo que al encontrar en el río el diente de Juan, le dejaron esa noche el cuento o el tebeo que quería debajo del almohadón. El único problema, es que estaba completamente empapado. Nadie nos dio explicaciones pero llegamos a esa conclusión entre todos nosotros, ayudados, eso sí, por los más mayores.
Lo cierto es que aquel día se abrió en mi cabeza un hueco hacia la libertad; el monopolio de los dientes no era sólo de los Ratoncitos Pérez.
Más tarde, cuando he ido cumpliendo años he valorado esta anécdota por varios motivos:
1.-El mundo de fantasía en el que mamá y papá nos sumergían con todos esos pequeños detalles divertidos que, supongo, hacen de la imaginación la mejor fuente de felicidad.
2.- Se me desmitificaron los Ratones Pérez, y esto supuso que se me abrieran muchas fronteras en la cabeza.
3.- Pensar en como se lo debían de pasar bien nuestros padres haciéndonos estas pequeñas "putaditas" y, como de paso, nos despabilaron y prepararon para la vida.
Gonzalo
LA ABUELA Y OTRAS HISTORIETAS DE TELDE
Estaba yo aquel verano del 98 exiliado por orden de mi madre en Telde, para permanecer ajeno a cualquier tentación que no fueran los libros o la traca veraniega, pero mis intenciones de aquel misterioso exilio finalmente fueron otras.
Tras unos días de aclimatación al curioso estilo de vida de la abuela, de las gentes de aquellas tierras y de los numerosos “visitantes” que curiosamente venían a rezar con la abuela a la hora de comer, decidí adoptar ese relajado estilo de vida ajeno a todo lo que hacía en Zaragoza.
Recuerdo lo bien que nos cuidaba la abuela a Laura y al que escribe cuando ocurrió lo inesperado por lo menos para un ateo reconocido como yo; Estaba yo espatarrado tranquilamente en el sofá después de una copiosa comida cuando de repente un grito me despertó de mi siesta tropical, era la abuela gritándome en la oreja porque estaba durmiendo con los pies mirando hacia el bongio (me parece que se escribe así) y me dijo que no se podía dormir con los pies mirando a Budah porque era una falta de respeto y tendría 700 años de mala suerte (bueno lo de los años es broma pero es para darle mas dramatismo a la historia). Con eso se me acabó el chollo de las siestas después de comer pero eso no resulto ser un problema porque me levantaba a la una de la tarde, las dos en la península, apoyado tanto por la abuela como por Bienve a la hora de la llamada rutinaria de jefatura para comprobar si había estudiado. El caso es que al volver los libros estaban acartonados del poco uso.
También me hacía gracia cuando íbamos a la playa toda la familia cebolleta y la abuela cogía cuarenta cajas de cartón empezaba a meter tortillas de patata, barras y barras de pan, bocatas, la fiambrera, manzanas e incluso una sandia, toallas hasta para el socorrista, la sombrilla, los juguetes de los pequeños etc etc etc etc... al mas puro estilo profesor Cojonciano y todo ello a ritmo de merengue en el coche de Enrique, pero fue divertido, siempre y cuando lo hicieses en Canarias.
Rodrigo
¡PERO SI NO ES UNA BRUJA!
Fue en el verano del 84, año de olimpiadas en Los Ángeles, pero yo me encontraba a miles de kilómetros de allí, en Telde. Había adquirido una tonalidad y un acento que me mimetizaba perfectamente con la población indígena.
En la pandilla del barrio era uno mas, la vida transcurría por completo en la calle a golpe de juegos, travesuras y unos caramelos plateados que vendían en la tienda de la esquina que probablemente todavía le estén pasando factura a mi salud, cuando íbamos a la playa íbamos a melenara con la guagua o con el tío Quique y nos lo pasábamos de miedo.
Recuerdo una tarde con la pandilla del barrio en la que hacia un calor de muerte y a nadie le apetecía demasiado jugar, siendo presas del aburrimiento más atroz, de repente alguien sugirió:
- ¡Vamos a ver una bruja!.
En ese momento me temblaron las piernas, porque eso era de lejos lo mas atrevido que había hecho hasta ahora (aparte de comer los caramelos plateados de la tienda de la esquina), pero trate de no parecer demasiado asustado, porque si en una pandilla coges fama de miedica, no te quitas ese sambenito aunque te enfrentes a un león con un bastoncillo para las orejas.
Nos pusimos en marcha todo lo sigilosamente que pueden ponerse en marcha veinte niños de 11 a 14 años. Nos escondíamos tras las plantas, gateábamos junto a los coches y siempre acabábamos los veinte detrás de una planta minúscula que dudo mucho que nos camuflara ni a una solo de nosotros.
Algo empezaba a resultarme sospechoso, cuando empecé a ver cada vez mas cerca el bloque de casas donde yo vivía. Finalmente llegamos a un pequeño muro donde el cabecilla de la expedición se paro y nos hizo señas para que nos agacháramos, yo prácticamente me lance en plancha acurrucándome tanto que resultaba difícil distinguirme del muro. El cabecilla se volvió y comenzó a hablar en voz baja:
- ¡Esta allí, junto al jardincillo, y lleva una escoba en las manos y una túnica azul!.
Los veinte estábamos asustadísimos detrás del muro y nadie se atrevía a sacar la cabeza para ver a la bruja. Poco apoco la gente se decidió a mirar con mucho recelo, yo fui uno de los últimos en asomarme, en apenas un segundo sucedieron dos cosas, la primera fue que yo me di cuenta de que no era ninguna bruja y con gran alivio comprobé que simplemente se trataba de mi abuela María barriendo los restos de unas podas que le acababa de realizar en el jardín comunal. Pero como es lógico el bullicio empezaba a ser importante, con lo que se dio la vuelta con la escoba en la mano para ver que ocurría detrás de ese muro, en ese momento se produjo una estampida y al grito de ¡que viene la bruja!, todos los chicos huyeron despavoridos, yo también salí corriendo detrás suyo pero concretamente mi grito era:
- ¡Pero que no es una bruja hombre, que es mi abuela y cocina de maravilla!
Pili
Pues nuestros padres debían ser muy creativos, porque con todos los que éramos. Aún recuerdo aquella vez que a Juan se le cayó un diente de leche en el río, y se puso a llorar desconsoladamente. Pero que no había quien lo callara. Ya sabes lo del ratoncito Pérez, se les ocurrió la genial idea de que en lugar del ratoncito Pérez la que iba a venir era la ranita Pérez, por supuesto en aquella ocasión los juguetes llegaron todos mojados.
O aquella otra ocasión en que yo llevaba una temporada fatal y a mamá le dio por decir que era porque me levantaba con el pie izquierdo, para evitarlo me cambiaron la cama de lugar.
Cuando mataron a Kennedy, a mí me debió parecer un drama, que sé yo, veía que era una familia, todos tan rubios y tan guapos. Papá y Mamá vinieron a la cama a decírmelo, que me acuerdo como si se hubiera muerto alguno de la familia, porque pensaron que obviamente me iba a afectar muchísimo, yo la verdad me quedé un poco alucinada cuando los vi venir en comandita.
- ¿Cuantos años tenías?
- No sé tendríamos que ver cuando es que mataron a Kennedy.
Cuando me quería escapar y no podía porque mamá siempre estaba embarazada.
- ¿Y por qué no te podías escapar?
- Porque me parecía mal, darle un disgusto estando embarazada.
Pero es que estaba siempre embarazada, por lo menos siempre que se me pasaba por la cabeza. Y al final me escapé y estaba embarazada.
- ¿Y donde te escapaste?
- ¡Bah!, al final más panoli. Me escapé a Barcelona, pero me preguntó un guardia en el tren que como me llamaba y le dije el nombre y los dos apellidos ¡hace falta ser idiota!, es que entonces no había tele, estábamos menos informados.
- Y... pero ahí ya eras mayor... que te escapaste ¿a los 20?
- noooo, que tenía 12 años.
- ¿12 años, y hasta Barcelona te ibas?. ¿Y donde pensabas ir?
- Pues la verdad es que pensaba ir a Cambaró pero luego iba en el tren y casi que me alegraba de que me hubiera pillado un guardia porque pensaba, y ahora ¿con qué cara me presento y digo que me he escapado de casa?
- ¿Y que pasó después?
- Los guardias debieron de llamar a los papás y me recogieron los abuelos en la comisaría.
- ¿Pero ya habías llegado a Barcelona?
- Sí, hombre el tren no se iba a parar.
Fui hasta Barcelona con el guardia y además en el vagón había otra gente, y les estaba contando una trola estupenda de que me iba a no sé donde y tal, y cuando esto llegó el guardia y me fastidió todo el cuento que me había inventado. Encima me dio dramática y ya estaba escribiendo postales de que sentía mucho haberme escapado... ya sabes que los doce años es muy mala edad.
Yago
Una de las cosas que más me sorprende de mi abuela es su vitalidad. Me parece increíble la facilidad con que se lía la manta a la cabeza y sin ningún esfuerzo lo mismo se viene a la península, hace un viaje a Japón o planea un invierno en Suecia. Creo que tengo suerte y he heredado un poco de ese espíritu aventurero. Espero que esas ganas de darse paseos por el mundo sigan intactas por muchos años.
Laura
Suena el teléfono: Marisa nos pide unas palabras. Al colgar el del al lado pregunta qué hora es. Son las diez de un Sábado por la mañana. Irremediablemente volvemos a dormirnos. Unos minutos después de despedirlo tengo que hablar de la abuela. No sólo eso, además tengo que conseguir que Jorge, que está atrincherado en su cuarto y muy bien acompañado, también lo haga. Y me encuentro al otro lado de una puerta intentando explicarlo sin que me dé la risa. No lo consigo y desisto de mis propósitos.
Ya sé que aún no he dicho nada del tema, pero es un claro ejemplo de lo que para mí conlleva la palabra abuela. Viene envuelta en una estela de surrealismo, me encanta la sensación de que con ella todo es atípico. Siempre tiene alguna nueva historia con la que sorprenderte, y cuando crees que ya lo sabes todo aparece con algo que te descoloca del todo.
De pequeña me encantaba presumir de abuela en el colegio, y lo que es peor, ¡sigo haciéndolo! Disfruto cuando cuento cualquier cosa de ella, sobretodo de la cara de los oyentes. Ya sé que en el fondo es colgarme medallas por cosas que no he hecho yo, pero confío en que algo habré heredado.
Me gusta cuando se viste de morado, de rosa, o cuando se compra zapatos. ¿Cuánta gente puede decir que su abuela le ha prestado unas sandalias? ¿Y que además le gustaran? Supongo que no mucha.
Cuando éramos unos enanos y ella venía se montaban unas fiestas impresionantes, o al menos a mí me lo parecía. Venía cargada de maletas y con una gran sonrisa. Todo eran besos, perros saltando como locos, risas y jaleo. A veces no esperaba ni a llegar a casa, y empezaba a abrir bolsas y a repartir regalos. Siempre eran cosas exóticas, para mí era como una maga que hubiera cambiado la chistera por maletas. Supongo que nunca he llegado a perder esa sensación y siento que con ella todo es posible.
Hermanas Perales y Mª Carmen Alquezar
Me he reunido a comer con amigas de la infancia: Las hermanas Perales y Mª Carmen Alquezar.
Al contarles el proyecto del libro, ellas también han enviado el recuerdo que tenían de ti, así que como me lo relataron con mucho cariño yo lo he trascrito y lo aporto a los relatos.
Las hermanas Perales, recuerdan un día de mi cumpleaños en casa. Cuando llegaron, mamá estaba hablando por teléfono de algo importante, decían ellas, porque estuvo mucho rato y se la veía seria y determinante. Llevaba una batita de cuadros, me dice Rosa Blanca.
De repente, terminó de hablar, desapareció cinco minutos y reapareció de nuevo toda mona vestida y arreglada y pintada como un hada madrina. De verdad, me pareció cosa de magia la transformación.
También recuerdo que nos sacó las copas de la vitrina, y eso no era muy corriente, pues en todas las casas nos daban vasos, pero María nos sacó copas como si fuéramos gente mayor e importante.
Mª Carmen, por su parte, tiene más recuerdos de la infancia, pues hemos vivido más estrechamente las anécdotas, además de la mutua admiración que sentíamos por nuestras respectivas madres.
Pero ella recuerda una ocasión, cuando éramos pequeñas, en la que nos enseñó a hacer mazapán y para que moldeáramos mejor las figuritas les ponía más puré de patata. Se reía Mª Carmen, pues recordaba que las figuras eran una monada, pero sabían a patata mucho más que a mazapán.
Algo parecido, me dijo, al recuerdo que tienen en Formigal de cuando hiciste una mona de Pascua en el chalet, y todos los amigos participaron como si fueran niños.
1 comentario:
No he podido meter el libro ni en ZIP del PDF,alguien puede decirme como?
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